sábado, 19 de marzo de 2011

apuntes de la memoria inmediata 6

6.La Biblioteca y la TV (Florida)

Todo el ciclo en Florida comenzó en la Biblioteca, donde también funciona el Centro MEC Florida. Y siguió en el Canal 3 TV de Florida, en el programa de Fabricio Álvarez. La Biblioteca, fresca y discreta, con el silencio y quietud que tienen las bibliotecas. Bibí Ghan y Teresa Amaro fueron las poetas de Florida que leyeron allí. Aún con los párpados somñolientos, los que estábamos fuimos despertando al evento. Luego una travesía hasta el canal de televisión. Desafío al sol: las lámparas del canal batían record. Fuimos bien recibidos, bien presentados y estuvimos bien leídos. Al final de la nota, todo el grupo presente nos sacamos una foto con 5 cámaras. Las operaba un empleado del canal al que le faltaban unos dedos y, con gran destreza de su manera de ser las manos, iba sacando la foto con cada cámara, las que se habían dispuesto en un banco alto.
Marcos Ibarra

6.Confluencias (Santa Lucía)
Unamos distintas cosas: una definición, 200 años de historia y el presente de diciembre en el Paso del Soldado.

confluencia.
(Del lat. confluentĭa).
1. f. Acción de confluir.
2. f. Paraje donde confluyen los caminos, los ríos y otras corrientes de agua.
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"Las tropas artiguistas pasaron entre el 14 y el 17 de octubre de 1811 por el paso del Soldado , que era el vado o cruce que permitía el río, era por donde pasaba el camino real. Anteriormente, cerca de allí, se encontraba la pulpería de los Mitre en épocas de la fundación 1782 ( Don Ambrosio Mitre padre del Presidente argentino Bartolome Mitre, nació en Santa Lucía, en la estancia que allí tenia su padre". Darío Pedrazzi.


Darío es profesor de Historia y estábamos allí con él, mirando. Y mientras él contaba sentimos la permanencia de la Historia, los ecos de 200 años de pasado. Uno tenía la sensación de que, si se daba vuelta lo suficientemente rápido, podría ver un reverberar en la distancia, presencia, lejana en el tiempo cercana en el espacio, del pasar de las tropas. Las hojas de los árboles, se moverían igual. El río seguiría igual su curso o parecido y el camino, los caminos, seguirán siendo, siguen siendo, seguirían, caminos. ¿A dónde irán? Seguro distinto para todos.

Las tropas artiguistas siguen su rumbo, eterno y fijo en el random de los libros. Los que allí estábamos, compartimos, por un momento, eso tan conmovedor de percibir más de un tiempo en un espacio y luego nuestro camino fue Zona Poema, presente en construcción lanzado hacia el futuro (patrimonio, por lo tanto). Santa Lucía, atravesada por orillas, surcada por caminos, es espacio de confluencias.

Un ceibo adorna el vacío de la vieja pulpería, hay mucho verde y hay un cielo bien celeste, hay un mural, hay coches, hay sonido urbano, hay mezcla y se está a un paso del pasado. Si todo fuese un dibujito animado, seguro que ahí, en el Paso del Soldado, hubiesen diseñado un nodo espacio-temporal y, viajeros del tiempo, hubiésemos recitado cielitos y diálogos patrióticos con Bartolomé Hidalgo. Santa Lucía es, entre muchas otras cosas, también confluencias, también poemas, también Historia. Historia futura, presente y pasada.
Rosana Malaneschii

6. En el lugar justo a la hora señalada (Peñarol)
La tarde aún era día y la noche no había asomado ni la enagua, sin embargo entró, decidida como si fuera dueña de casa, y sacando la voz desde el fondo del espíritu para que la oyeran bien dijo “buenas noches para todos” y bajando apenas un tono completó: “las damas sólo beben luego de que el sol se ha puesto”. Y así, como si nada hubiera de extraño, le dijo al patrón que estaba detrás del mostrador “sírvame una medida de ese uisqui de ahí”. Si hubiera sido inocente, si hubiera tenido fe, quizás habría pensado que el hombre era un adivino, un mago disfrazado de bolichero atendiendo su alquimia enfrente precisamente de la Estación de Peñarol, donde la poesía estaba siendo. Con un toque de picardía y otro de caballerosidad, mientras pasaba la rejilla eterna sobre el mostrador, el hombre le dijo, “Comonó, señora ferroviaria”. Y sin darle tiempo a pensar en nada, avanzó todavía más toreando el asombro de ella y con una sonrisa le dijo “la casa invita, Silvia”. Ella no es inocente. No pensó en que el dueño del boliche era un augur esperando el momento para manifestarse. Así que preguntó y recibió la respuesta. Siempre hay un ferroviario reconociendo a otro en cada esquina de Montevideo. Siempre hay un minuto para saludarse. Entonces, con aquel vasito de plástico que Elbia proveyó para aliviar la sed de los poetas, cargado ahora con el alcohol en la dosis justa para calentar la garganta antes de la lectura, cruzó la calle para reunirse con los oficiantes del rito poético. Y como estaba por llegar el momento de leer, dedicó esos últimos minutos previos a repartir lo que había impreso para que algunos pudieran seguir con los ojos su voz. Alguien se le acercó pidiendo otro ejemplar para “aquel señor de allá, no sé si lo conoce” y cuando miró se encontró con un oficiante pero de otra poesía. La de la música. El “señor de allá” era Yamandú Pérez, sacerdote de tambores, amo de la percusión que olvidó un día cuál era la dosis justa y se perdió para su religión de lonja y madera. Ella sabía perfectamente quién era. Así descubrió que no ser inocente apenas importa a la hora de presenciar situaciones mágicas, espontáneas, sin magos ni augures que las convoquen. Nada más alcanza con estar en el lugar y la hora apropiados.
Silvia Carrero Parris